Puedo decir que en estos días aciagos
hasta el agua me sienta mal.
Tus comentarios proteicos
se me atoran inexplicables en la garganta;
los halagos vegetales
que antes me hacían más ligero y hasta con alas
hoy me causan
un maldito suspiro
mientras los saco marchitos y vacío el florero.
Pienso y repienso antes de tomar
de nuevo
el agua enriquecida de tus palabras y promesas.
Juzgo con duda
rastros carbohidratables de ti,
porciones grasas de amor a manos llenas,
sonidos e imágenes tuyas en Twitter,
recuerdos en un apartamento,
tu voz en el teléfono,
tus letras en WhatsApp,
y el silencio voluntario que se atraganta.
Y no lo niego,
tantas dosis,
voluntariamente evitadas,
no llenan el vacío angustiante de mis necesidades.
Te lo dije hace rato en nuestras tardes:
ambos sabíamos que esto pasaría.
Son las consecuencias
de mi cuerpo,
mi corazón,
y mi mente,
en silencio
resignados a aguantar la dieta que he decidido hacer de ti
pero es evidente que ambos, en silencio,
solo queremos comernos.
