«La velocidad mata», me decía mi profesor de viola mientras practicaba escalas. Treinta años después, aún sabiendo eso, me subí en la montaña rusa más alta de mi vida para sentir tu vértigo de bajada.
Debo ser franco contigo: fuí feliz y me fuí a la mierda. Pero ahora entiendo por qué sueño frecuentemente con asaltar el tren de las cinco.
